Entendiendo Berlín: entre guerras y startups (Parte I)
Berlín es diferente. Solo hace falta pasearse un domingo por un mercadillo de Friedrichshain o tomar un S-Bahn (tren urbano en superficie) para darse cuenta de que la capital alemana es muy distinta del resto de las grandes capitales europeas. Esto, por otro lado, tampoco es nada nuevo: una de las bazas que mejor juega la industria turística berlinesa es ese aura de irreverencia de la que la historia reciente ha dotado a la ciudad.
Aún quedan restos del ambiente libre y desenfrenado que invadió Berlín tras la caída del Muro. Una parte importante de los berlineses —nativos o de adopción— lo reivindican a menudo en un intento de frenar el intenso proceso de gentrificación que está teniendo lugar en los últimos lustros.
La arquitectura tampoco es ajena a estos cambios: visitar la gran metrópoli de la Alemania oriental nos sitúa en un escenario vivo, cambiante. Es una oportunidad única para observar la rápida transformación de una ciudad que sufrió (más que ninguna otra) los avatares del siglo pasado. Y que, pese a ello, encontró la forma de renacer de sus cenizas.
Un lienzo en blanco
No es posible entender el Berlín actual sin mirar atrás, al menos hasta la Segunda Guerra Mundial.
Las fotografías de entreguerras muestran una elegante ciudad centroeuropea con un centro urbano donde predominan los majestuosos edificios de la etapa imperial y aquellos erigidos por la burguesía de finales del siglo XIX. Al tiempo, en otros distritos de la capital se pueden admirar obras más recientes, como las nacidas bajo la influencia de la Bauhaus.
Todo esto cambiará a raíz de la contienda, durante la cual, el centro del Berlín antiguo queda severamente dañado. Apenas sobreviven algunas construcciones en pie en medio de un mar de escombros. Más del 50% de la ciudad comenzó el año 1946 en ruinas, un grado de destrucción similar al de Múnich, aunque no tan elevado como el de Colonia, Fráncfort o Hamburgo.
En todo caso, no podemos situar el acontecimiento diferencial berlinés en la devastación del casco histórico durante las últimas etapas de la guerra. Más bien, en la combinación de este episodio con otro de características aún más especiales: la división de la ciudad en sectores tutelados por varias potencias extranjeras (Francia, Reino Unido y EEUU en el oeste, y la Unión Soviética en el este).
A esto se suma la aparición, apenas cuatro años después, de un nuevo estado comunista en los territorios previamente ocupados por el Ejército Rojo: la República Democrática Alemana (RDA).
Berlín se convierte, de este modo, en el paradigma urbano de la Guerra Fría. Algo que se intensifica en 1961 con la construcción de una serie de muros de seguridad en el perímetro fronterizo, unas estructuras que se mantendrán en pie durante casi treinta años. Desde ese momento, el desarrollo urbanístico tomará caminos diferentes en las zonas occidental y oriental. Esto añadió el peso de las tensiones geopolíticas a la precaria situación de una ciudad empobrecida y marcada por la sombra del nazismo.
Los tiempos de la Fernsehturm
En los años posteriores a la contienda se edifican manzanas con grandes patios en su interior. En general, están distribuidas a lo largo de amplias calles que siguen un patrón rectilíneo. Como sucede en gran parte de Alemania en las primeras décadas tras la Segunda Guerra Mundial, se evitan deliberadamente rasgos arquitectónicos que recuerden el pasado imperial y reflejen la identidad nacional del país. En su lugar, se opta por edificios modernos a ambos lados de la frontera.
En la mitad oriental de Berlín destacan particularmente los austeros bloques de pisos soviéticos. Se los conoce como Plattenbau, edificios de paneles de forjados prefabricados para proveer de viviendas asequibles a la población local.
En Mitte sobresalen asimismo los edificios de Alexanderplatz, uno de los centros neurálgicos de la ciudad. Allí, el gobierno de la RDA proyectó en los años 60 un gran espacio público a cielo abierto sin zonas verdes y rodeado de construcciones con un marcado carácter soviético.
En varios de ellos aún pueden apreciarse mosaicos dedicados a la ciencia, a los cosmonautas o a los trabajadores y trabajadoras del bloque oriental. En uno de los extremos de la plaza, la Torre de la televisión de Berlín o Fernsehturm, terminada en 1969, domina el horizonte berlinés desde sus 368 metros de altura.
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