Historia de la astrología (2): Mesopotamia
¿Qué es «Mesopotamia»?
«Mesopotamia» es un concepto general que abarca diferentes culturas que se mezclaron en un conjunto a través de guerras y relaciones comerciales. En el cuarto milenio a. C., los sumerios vivían en el sur del país y tenían una cultura avanzada con ciudades, canales y templos. Al norte de los sumerios estaban los acadios, quienes, bajo el reinado de Sargón I conquistaron ciudades sumerias y asumieron la escritura cuneiforme que se había desarrollado allí, así como algunas tradiciones religiosas.
Hacia el 2000 a. C., los amorreos o amoritas fueron absorbidos por el gran imperio acadio y fue creciendo una cultura que el Imperio babilónico antiguo llevó a un florecimiento, especialmente en el campo de la astrología.
La cuna de la astrología
Mesopotamia, esa tierra fascinante entre los ríos Tigris y el Éufrates, es considerada la cuna de la astrología. Mientras que para algunos autores Egipto era la patria de la magia, Babilonia fue patria de las más fabulosas leyendas, algunas con un núcleo histórico verdadero.
Por ejemplo, la astrología matemática e interpretativa alcanzó en Mesopotamia un alto nivel de desarrollo ya desde una fase temprana. Gracias al proceso de unificación de Hammurabi, en el II milenio a. C. se alcanzó una sistematización del conocimiento astrológico que hizo posible un acercamiento más diferenciado a los planetas.
Hammurabi fundó el Imperio babilónico antiguo y gobernó en los años 1728 y 1698 a. C., reuniendo las numerosas ciudades-estado de Sumeria y Acadia en un solo reino e introduciendo una serie de centralizaciones políticas. Estableció un sistema jurídico unitario y una lengua común, el acadio, reuniendo líneas de tradición anteriormente dispares y recuperando importantes documentos religiosos, como la epopeya de la creación del mundo y el Gilgamesh, además de himnos, salmos y oraciones.
Los sacerdotes babilonios
En Babilonia existía una religión politeísta que dependía en gran medida de la comunicación entre las deidades y los seres humanos. Dicha comunicación era bidireccional: los creyentes se dirigían a la divinidad por medio de oraciones, rituales y sacrificios para obtener apoyo y protección; por la otra, los dioses hacían ver su voluntad al ser humano a través de signos.
Estos signos podían ser sucesos naturales (truenos, tormentas, pérdida de cosechas, inundaciones, incendios, etc.), el aspecto que adoptaban las entrañas de animales sacrificados o los movimientos de las estrellas interpretados por especialistas religiosos. Sin embargo, nunca se logró averiguar por completo la voluntad divina, puesto que las gamas de interpretaciones que podían hacerse de los movimientos astrales eran muy amplias.
Por eso surgieron los sacerdotes, responsables del desarrollo de la astrología y la astronomía. Esta última surgió como una ciencia matemática para apoyar las interpretaciones astrológicas: al ordenar el cielo, se entendía mejor el mundo de los dioses, ya que, tanto los planetas como el Sol y la Luna, eran los representantes de los mismos.
El panteón cósmico babilonio
Como decimos, los dioses y los astros estaban íntimamente relacionados en Babilonia: el Sol gozaba de una especial importancia, representado por el dios Shamash, la Luna, a su vez, por el dios Sin y Venus por la diosa Isthar.
Tras el ascenso de Marduk a la posición de dios supremo del panteón babilónico, su planeta, Júpiter, también se consideró un testimonio de poder divino. Su hijo, llamado Nabu, se revelaba en el planeta Mercurio, mientras que Nergal, dios del averno (deidad guerrera y portadora de la desgracia), lo hacía con el planeta Marte. Saturno, por su lado, el más lento de los planetas visibles, era considerado por los babilonios como un dios cansado, a menudo también como estrella de Ninurta, el dios de la tormenta y de la caza. Saturno encarnaba el ideal de justicia, la constancia y el orden, atributos que el planeta perdió en la astrología posterior, la cual le achacó cualidades más negativas.
Hemerología
La hemerología es el estudio de los calendarios, tanto en sus aspectos astronómicos, técnicos, históricos o religiosos.
A este respecto, ya desde el tercer milenio a. C. puede constatarse un interés en Sumeria de llevar sombreros nuevos en el sexto mes y matar cerdos en el séptimo. O los informes de construcción del rey Gudea de Lagash que indican que se buscaban días favorables para la colocación de la piedra fundamental del edificio para que no peligrase el proyecto.
En torno al 1500 a. C.-1300 a. C., se tiene constancia de un texto, titulado el «Almanaque babilónico«, que da constancia de la división del año solar en 12 meses de 30 días cada uno, procediendo a una división diferente de la que era habitual en el calendario linar. Para cada uno de los 360 días del año se indicaron valoraciones generales de carácter «favorable», «medio favorable» o «desfavorable» de índole supersticiosa, pero también se hicieron otras con motivos más prácticos.
Por ejemplo, para el mes de Nisannu, de primavera, dice: «Mes Nisannu, día 13: no debe casarse; día 14: favorable ante el tribunal; día 15: será alcanzado por una proscripción; día 16: ¡alcanza una meta!; día 17: un médico no debe tocar enfermo alguno» (Labat 1941, 23).
¿Qué valor tenían para la vida cotidiana estas estructuraciones tan detalladas de días buenos y malos? Lo que sabemos es que la hemerología estaba firmemente establecida en el ámbito público. Lo vemos a través de documentos asirios de Asur, Nínive y Kalhu, que muestran que se prestaba mucha atención a evitar días desfavorables para celebrar acuerdos y realizar rituales.
Colecciones de augurios en Asiria
En el siglo XIX se descubrió en Nínive la gigantesca biblioteca de Asurbanipal, y con este hallazgo, también salieron a la luz tablillas de barro con un tamaño apto para ser manejadas manualmente y en escritura cuneiforme que se consideran la primera obra material de la historia de la astrología.
Se las denomina «Enuma Anu Enlil» (que se traduce como «Cuando Anu y Enlil»), y están conservadas actualmente en el British Museum. Dichos textos fueron la obra de referencia más importante para los astrólogos profesionales de la corte de Nínive, donde se registran miles de augurios que informan acerca de los acontecimientos que hay que esperar en la tierra cuando se observan determinadas manifestaciones celestes.
Por ejemplo: «Cuando en el mes abatu, el día quince, Venus desaparece en el oeste, permanece tres días visible y reaparece dieciocho del mismo mes, hay catástrofes de reyes; Adad traerá lluvia, Ea aguas subterráneas; reyes enviarán saludos a otros reyes».
Los astrólogos de la corte mesopotámica
En el primer milenio a. C., los reyes empleaban a un conjunto de asesores y peritos encargados tanto de la elaboración teórica de informes como de la realización de rituales, conjuras y prácticas de adivinación.
En el ámbito neo-asirio estos especialistas eran conocidos como «ummanu«, que se traduce como «científico» o «investigador». Es un término que describe el complejo papel, lleno de exigencias, que cumplían estas figuras con un conocimiento diletante.
Entre las categorías de especialistas se distinguía:
- Escribas y astrólogos: interpretaban los signos del cielo y de la tierra
- Arúspices: interpretaban las entrañas de los animales
- Exorcistas: a cargo de los rituales mágicos con los que los augurios podían ser debilitados, reforzados o suprimidos por completo
- Médicos
- Conjuradores: por medio de cánticos rituales apaciguaban la ira de los dioses
A parte de estas disciplinas principales también había otros especialistas, como los profetas y profetisas y magos (hartibi) egipcios y arameos, cuya presencia revela las interesantes relaciones culturales que tenían lugar en esta época.
Estos especialistas (que vamos a llamar «astrólogos» de manera general), debían pasar un período de formación relacionado con los templos del país. Formaban parte del estrato intelectual y religioso más alto del reino, y en la época neo-asiria se encuentran dinastías enteras de astrólogos que mantuvieron su posición en la corte a lo largo de los siglos. Por otro lado, también existieron especialistas que desempeñaron este rol de manera privada.
De las constelaciones a los signos del Zodíaco
El origen del Zodíaco (rueda de los animales) surgió cuando los antiguos mesopotámicos se encontraron con el problema astronómico de definir con exactitud el lugar de un planeta en el cielo. ¿Dónde comenzaba una constelación y terminaba otra? ¿Qué se quería decir cuando se afirmaba que Júpiter estaba junto al pie de Aries o a la cabeza de Hydra? Estas preguntas no eran solo importante para los astrólogos, sino también para los navegantes, que dependían de datos celestes exactos.
El método predominante consistía en definir el lugar del planeta de turno en función de su distancia respecto de las brillantes estrellas fijas conocidas. Y aunque este sistema funcionaba más o menos de forma razonable, incluso en los horóscopos griegos de época romana, no acabó siendo 100% satisfactorio. Y es en esta insatisfacción donde surgió el conocido Zodíaco.
En el siglo V a.C., se pasó a dividir la elíptica o franja en la que se desplaza el Sol a lo largo del año por el cielo en 12 segmentos de igual tamaño. Cada uno de ellos en 30° (teniendo, por tanto, la elíptica una amplitud de 360°). Lo curioso fue que, aunque las constelaciones presentaban diferencias de tamaño considerables, se acostumbró a hablar de los signos del Zodíaco como si todos tuvieran la misma magnitud para determinar a partir de ellos la posición de los planetas.
Así, a los primeros 30° del Zodíaco, partiendo del punto del equinoccio de primavera, se les dio el nombre de Aries, a los grados 31 a 60 el de Tauro, etc., pero siempre con independencia de la magnitud real de las constelaciones con las que estaban relacionados. Por tanto existe una diferencia notable entre las constelaciones y los signos, que muchas veces ha dado pie a no pocas confusiones.
Dicho de otro modo: a partir del siglo V a.C., la astrología ha trabajado con los signos ficticios como segmentos de la elíptica, y no con las constelaciones reales (y por eso algunos astrólogos actuales exigen que se utilice para la interpretación las constelaciones en lugar de los signos).
Los horóscopos de las clases altas
Vamos a acercarnos al término «horóscopo» (en latín horoscopus, que significa «observación de la hora») como la presentación de posiciones de planetas en un momento determinado.
Desde una perspectiva cronológica, los horóscopos babilónicos preceden a los griegos y egipcios. El ejemplo más antiguo procede del 410 a. C., y el último horóscopo en escritura cuneiforme data del 69 a. C., mientras que los primeros horóscopos griegos son del siglo I a. C.
Un caso destacado de un horóscopo babilónico es el de Anu-belsunu, que dice lo siguiente:
1 Año 63 Tebetu, anochecer del (?) día segundo
2 Nació Anu-belsunu
3 Ese día, el Sol estaba en 9,30° Capricornio
4 la Luna estaba en 12° Acuario: sus días serán numerosos
5 (Júpiter) estaba al comienzo de Escorpio: alguien ayudará al príncipe.
6 El niño nació en Acuario con/o en la región de (?) Venus: tendrá hijos varones
7 Mercurio estaba en Capricornio, Saturno en Capricornio;
8 Marte en Cáncer.
¿Y quién era Anu-belsunu? pues el hijo y heredero del afamado escriba de Enuma Anu Enlil. Así que, sabiendo esto, podemos inferir que en la época seléucida, a la que pertenecía este horóscopo, estos se realizaban para el rey e individuos de clase alta en la sociedad.
Por tanto, en Mesopotamia ya existía un conocimiento astrológico y astronómico para nada rudimentario y difuso como se ha creído mucho tiempo, sino todo lo contrario. Esto no significa que toda la historia de las religiones y del pensamiento de la Antigüedad haya surgido a partir de Mesopotamia exclusivamente, pero sí es cierto que los astrólogos grecorromanos tomaron un importante conocimiento de los Babilonios y continuaron desarrollando a su manera el material de esta tradición previa.
- Fuente: «Astrología: una historia desde los inicios hasta nuestros días» de Kocku von Stuckrad, profesor de la Universidad de Ámsterdam en la Cátedra de Historia de la Filosofía Hermética.
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