Sintoísmo: La vía de los Kami (Parte 1)
En 1962, el Dr. Sokyo Ono dijo dos cosas relevantes en torno al sintoísmo: “el sintoísmo sigue siendo una de las religiones más desconocidas del mundo” y “es imposible plasmar de manera clara y explícita lo que, por naturaleza, es vago e impreciso”.
Aunque el aumento del sintoísmo ha aumentado tanto en Japón como en el resto del mundo, gracias, en parte, a la internalización de películas de anime y novelas gráficas manga, muchas todavía tratamos de despejar las brumas y paradojas de lo que parece algo más que una simple fe religiosa.
El concepto de religión en Japón
Cuando hablamos del concepto de religión en Japón es importante comprender la historia del pueblo japonés y su manera de pensar desde la alteridad.
Los japoneses nunca tuvieron la necesidad de establecer un término para referirse a la “religión” tal y como la entendemos los occidentales (de hecho, como curiosidad añadida, el nombre con el que los japoneses se refieren a su propio país no es «Japón», sino «nihon«, el país donde nace el sol). El choque se produjo a la llegada del siglo XIX, momento en el que surge el neologismo «shūkyō» por la necesidad de teorizar sobre el concepto de religión proveniente de occidente.
En cambio, los japoneses sí que utilizaban el vocablo «shintō» para designar su culto a estas entidades. De origen chino, shintō está conformado por shin (kami) y dō/tō (camino). El primer documento que recoge su uso -del que se tiene constancia- es el Nihon Shoki (Crónicas de Japón), que data de comienzos del siglo VIII. Aquí se empleó con el propósito de distinguir la espiritualidad tradicional japonesa del Budismo, Confucionismo y Taoísmo, creencias que habían llegado a la isla desde el continente durante los siglos anteriores.
El origen histórico del pueblo japonés
Históricamente, el origen del pueblo japonés es indefinido. Los hallazgos arqueológicos sugieren una mezcla de poblaciones de diferentes territorios de Asia, como la etnia Ainu (posiblemente procedentes del norte caucásico y del este, aunque también se los relaciona con la expansión de los primeros pobladores de Asia y con los pueblos actuales de Siberia, en especial con los nivjis de Sajalín y los koriakos o koryak de Kamchatka), y los malayos (del sudeste y las islas del pacífico), que fueron penetrando paulatinamente en el archipiélago a lo largo de los siglos (Summa Artis: 1993).
Junto a las crónicas chinas de la dinastía Wei, los hallazgos arqueológicos también plantean la existencia de dos grupos de tribus de origen mongol, uno de aquellos asentados en Yamato, que habrían irrumpido en la isla de Kyūshū desde el paso marítimo interior, y otro asentado en Izumo, que habría desarrollado una cultura superior.
Precisamente, fue en las costas de Izumo donde, durante el Periodo Yamato (300-645 aproximadamente), se produjeron los primeros contactos entre los grupos asentados en Japón y la cultura china a través de las gentes venidas de Corea.
La instrumentalización nacionalista del sintoísmo
A diferencia del apartado anterior, donde se aborda el origen del pueblo japonés en perspectiva científica, el nacionalismo japonés, como ideología promovida por el gobierno de Japón a finales del siglo XIX, con la pretensión de buscar un origen de la «raza japonesa» y centralizar el poder en la figura del tennō intentó reconstruir su historia a partir de hipótesis basadas en las leyendas de los textos literarios antiguos del Kojiki (Crónicas de antiguos hechos de Japón) y el Shoku Nihongi.
Dichos textos constituyen dos de los volúmenes más importantes del Rikkokushi, el compendio de narraciones míticas desde el origen del Japón hasta el siglo IX d. C. El volumen con más contenido mitológico, el Kojiki, comienza con una gran teogonía sintoísta: Izanami e Izanagi, dioses primordiales, crean las islas de Japón para gobernarlas desde la Alta Planicie Celestial. En dichas islas nace el primer «emperador» oficial (un término que luego precisaremos mejor), Jinmu-Tennō (660 a.C) al que también se le puede considerar el primer soberano terrestre.
Aunque -obviamente- no existe ninguna evidencia histórica de este episodio, al personaje legendario de Jinmu-Tennō se le describe en las crónicas como el descendiente directo de los kami primordiales, sentando así el precedente mítico perfecto para que el nacionalismo posterior justificara la naturaleza divina del tennō y lo erigiera, a partir de la Restauración Meiji (1868-1912), como la piedra angular del estado moderno y uno de sus kami más honorables, si no el más. Esta necesidad del llamado sintoísmo estatal (kokka shintō) de reubicar el liderazgo político de la figura imperial se debió a que, durante la Restauración, se puso fin al modelo de gobierno militar denominado shôgunato (1192-1868), en el que el shôgun (comandante del ejército) gobernaba de facto el país (militar y políticamente).
El shôgunato o bafuku («gobierno sobre la tienda») dio comienzo el 21 de agosto de 1192, cuando, tras las guerras Genpei (1180-85), el clan Minamoto salió victorioso de su enfrentamiento contra el clan Taira, instaurando este modelo de gobierno que restaba autoridad al tennō, aunque no lo desafiaba completamente (pues era este quien concedía el título de shôgun y mantenía el poder religioso y espiritual).
Los kami, entidades fundamentales del sintoísmo
Lo primero que hay que saber, es que ni los propios japoneses tienen una idea clara sobre los kami. Grosso modo, los kami son el objeto de veneración del sintoísmo. El término es fundamentalmente un tratamiento honorífico para referirse a espíritus nobles y sagrados, por lo que implica un sentido de adoración por sus virtudes y su autoridad. También a antepasados, fenómenos naturales, poderes sobrenaturales e incluso objetos que, de alguna manera, destacan o se salen fuera de lo ordinario.
Dichos espíritus están presentes en todos los seres, así que, en cierto modo, todos los seres pueden ser definidos o considerados kami en potencia, incluidos los seres humanos. Sin embargo, como el término tiene connotaciones honoríficas, no suele usarse con individuos comunes, a pesar de que el sintoísmo predica que todas las personas deberían ser veneradas como kami.
Igualmente, la naturaleza está repleta de estos kami, pues cualquier forma de vida en potencia puede serlo si presenta las cualidades apropiadas. Una montaña con una imagen imponente (como el volcán Fuji) puede ser un kami; también unas rocas con formas llamativas (como las rocas casadas Meoto Iwa de Futami) o un árbol que sobresale y está fuera de lo ordinario.
Esto nos lleva a incluir igualmente a la figura del tennō. La palabra arahitogami (que se traduce como «un kami que es ser humano» o, más precisamente, «un kami que en estos momentos tiene forma de persona») que aparece en el Nihonshoki se usó especialmente en el periodo comprendido entre la Restauración Meiji (1868) y el final de la Segunda Guerra Mundial (1945). Se recurrió a dicha expresión cuando el sintoísmo Estatal aplicó la palabra arahitogami al emperador Hirohito, requiriendo la obediencia y lealtad del pueblo japonés para con la figura imperial como si esta fuera un dios (un kami especialmente honorable, podríamos decir). Posteriormente, el propio Hirohito renunció a esta concepción y, actualmente, tras la constitución de 1946, las funciones constitucionales del tennō están limitadas a un poder más de tipo parlamentario que de funciones de Gobierno stricto sensu. No obstante, el soberano celestial sigue siendo una persona muy venerada por el pueblo japonés, con una presencia simbólica importantísima -como símbolo de unidad del Estado- y también ritual.
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