Mujeres artistas del Neoclasicismo
Resulta llamativo que sigamos pensando que apenas existieron mujeres artistas en la historia, cuando el diccionario de Chris Petteys recopila hasta 21 mil mujeres artistas nacidas antes de 1900. ¿La historia nos ha hecho creer lo contrario? Desde luego que sí. A pesar de ello, para Susie Hodge, fueron muchas las mujeres que consiguieron convertirse en artistas, a pesar de que rara vez alcanzarían el prestigio de sus homólogos masculinos. En esta sección rescataremos un buen puñado de ejemplos desde el Renacimiento hasta la actualidad. Así volveremos a ponerles nombre e imagen a sus obras, para que jamás vuelvan a caer en el olvido.
El estilo neoclásico
El neoclasicismo es un estilo que se desarrolló en Europa durante finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Surgió por la necesidad de muchos artistas de la Ilustración de regresar a los estilos clásicos de la Antigüedad griega y romana.
Los principios clásicos de orden y razón se adaptaban a la perfección a la moderación ilustrada, contrastando con la ostentación y el hedonismo excesivo del Rococó. Además, las ideas neoclásicas tuvieron la influencia de nuevos descubrimientos, como las excavaciones de Pompeya y Herculano entre 1738 y 1750, así como la publicación del libro Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, del arqueólogo e historiador del arte Johann Joachim Wincklemann.
Entre las características del arte neoclásico podemos citar la utilización de contornos, líneas y superficies difuminadas, el énfasis del patriotismo y la nobleza, la pureza, luminosidad y exactitud plástica y el respeto por el pasado.
Para ellas, no fue fácil acceder a instituciones como la Académie Royale de Peinture et de Sculpture francesa, y cuando lo hicieron, tuvieron prohibido asistir a clases de dibujo, pero eso no impidió su éxito e influencia y aportación fundamental en el movimiento.
Ejemplos de mujeres artistas
Entre las mujeres artistas del neoclasicismo cabe destacar a Angelica Kauffmann, Adélaïde Labille-Guiard y Élisabeth Vigée-Le Brun. Estas fueron muy apreciadas por mecenas femeninas pertenecientes a la nobleza que deseaban retratos, naturalezas muertas y pinturas figurativas.
Angelica Kauffman
Angelica Kauffmann (1741-1807) abordó temas muy variados en su obra plástica, pero sintió una gran predilección por la pintura histórica, el género por excelencia de esta época. Era un género menor entre las mujeres artistas, ya que había que tener conocimiento de anatomía y composición figurativa, y las mujeres tenían prohibido estudiar los modelos desnudos, como hemos comentado.
Kauffmann nació en Suiza, aunque desarrolló su profesión en Reino Unido. Desde pequeña fue considerada superdotada, por lo que estudió con su padre, que también era artista, y después fue admitida por la Accademia Nazionale di San Luca de Roma. Allí logró convertirse en una pintora histórica de éxito a pesar de las restricciones, y fue apreciada por mecenas y artistas coetáneos.
Una de sus obras más destacadas es «El juicio de Paris» (1781), un óleo sobre lienzo de estilo neoclásico donde la artista representa el suceso que desencadenaría la guerra de Troya.
En la imagen vemos al pastor Paris eligiendo a Afrodita como la diosa más bella de todas (más que Atenea y Hera, quienes aparecen a la derecha muy descontentas). Kauffmann elige plasmar en este caso el momento exacto de la discordia, cuando Paris entrega a Afrodita su premio: la manzana de oro. Y es que Afrodita, diosa del amor erótico de indudable belleza, también le había sobornado ofreciéndole el amor de Helena, la mujer más bella del mundo. En la pintura, la Venus romana levanta su chal de gasa mientras su hijo Cupido se agarra a su atuendo.
Adélaïde Labille-Guiard
Adélaïde Labille-Guiard (1749-1803) fue admitida en 1783 en la Académie Royale de París. En aquel momento, el número de mujeres admitidas en la institución eran tan solo cuatro, con la presión de que el rey de Francia había insistido para que la cifra se mantuviera invariable. Adélaïde había crecido en París y estudio previamente con un miniaturista antes de acceder a los estudios académicos. Fue aprendiz del pastelista Maurice Quentin de La Tour, entre otros.
Posiblemente a modo de protesta por la opinión del monarca, Adélaïde realizó este «Autorretrato con dos alumnas» (1785) a tamaño natural. Lo hizo con toda la pericia pictórica para mostrar su habilidad a la hora de plasmar texturas como plumas, encaje, satén, piel humana, tafetán, gasa y oro. Representa a una joven muy bien vestida ante su caballete enseñando a pintar a dos mujeres más jóvenes. La obra fue admitida en el Salón anual de París, y, contra todo pronóstico, contribuyó a aumentar su prestigio. Sabiendo que la obra llegaría a un gran público, Adélaïde se autorretrató como una artista de éxito, llena de elegancia y orgullo.
Y es que, además de producir sus propias obras, la artista enseñó a otras mujeres y llegó a ser nombrada pintora oficial de las tías de Luis XVI.
Élisabeth Vigée-Le Brun
Al igual que la mayoría de artistas de esta época, Élisabeth Vigée-Le Brun procedía de una familia de artistas. Su padre fue retratista y profesor de la Académie de Saint-Luc de París, y durante su infancia Élisabeth pudo conocer a ilustres pintores, filósofos y escritores.
Tras la muerte de su padre, con doce años Vigée-Le Brun siguió los consejos de algunos de los mejores artistas de París y empezó a trabajar como retratista. Contrajo matrimonio con un marchante de arte y pintor y produjo más de treinta obras de la reina María Antonieta y su familia. Con el arresto de la familia real durante la Revolución Francesa, Élisabeth huyó de Francia, siendo admitida en academias de arte de hasta diez ciudades diferentes. Regresó a Francia a los ochenta años, publicando sus memorias en tres volúmenes.
La obra en la que aparecen autorretradas Élisabeth Vigée-Le Brun y su hija Jeanne-Lucie-Louise pertenece a una época en la que la artista ya era una respetada retratista. Sin embargo, ella opta por inmortalizarse como una madre que abraza a su pequeña. Sitúa las figuras sobre un fondo liso y ligeramente iluminado, mientras que ambas dirigen su mirada directamente al espectador. La obra muestra su habilidad para representar texturas de tejidos, piel y pelo, con un estilo seguro, ligero y natural. A pesar de que su paleta tonal es más bien Rococó, su modo de aplicar la pintura y los contornos lisos y difuminados pertenecen indudablemente al neoclasicismo.
Y tú, ¿conoces más mujeres artistas del neoclasicismo que te gustaría destacar? Déjalo en la caja de comentarios.
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