Descubriendo a Georgia O’Keeffe
La exposición temporal de Georgia O’Keeffe del Museo Thyssen-Bornemisza nos ha enseñado muchas claves de la vida y obra de esta polifacética artista norteamericana. Su mirada profunda sobre la naturaleza, su capacidad de síntesis y su pulcritud pictórica, serán los rasgos que nos acompañen en este viaje íntimo y solitario a través de la propuesta estructural de la guía didáctica facilitada por el museo.
Caminar
Si algo le gustaba a O’Keeffe era caminar. Tenía la necesidad de conocer y conectar con otros territorios más allá de su natal Wisconsin.
Caminar suponía una forma de vincularse con el lugar circundante e iniciar su proceso creativo. Una apertura hacia el mundo que le permitía agudizar los sentidos y renovar su curiosidad.
Georgia fue una artista viajera: primero viajó por su país y a partir de 1953 realizó numerosos viajes por todo el mundo, aunque su corazón siempre estuvo cerca de la naturaleza, allí donde fuese.
Mirar lo pequeño
En sus aventuras, la artista, más que adoptar una mirada panorámica, se centraba en lo pequeño para, posteriormente, dotarlo de una dimensión distinta y mayor. Quizá se vio influida por la mirada fotográfica que aprendió de su amante, el fotógrafo Alfred Stieglitz, con quien frecuentaba un círculo de más amigos fotógrafos (Paul Strand, Edward Weston, Ansel Adams…).
Ejemplo de ello son las flores, donde O’Keeffe crea un nuevo lenguaje dentro de la Historia del Arte alejado de la tradición del bodegón español: se representan de cerca, en composiciones sin aire, antiatmosféricas, con una luz artificial y destacando el núcleo de la flor, su esencia.
Recolectar
Cuando uno va prestando atención minuciosa hacia lo pequeño, muchas veces siente el impulso de irlo recolectando. Esto hacía O’Keeffe en sus largas caminatas, cuando se topaba con objetos naturales como conchas, rocas, trozos de madera… e incluso huesos.
Materiales que después se convertían en el taller en motivo principal de sus obras. Se trataban de piezas sencillas, cotidianas y rotundas, pero con una belleza singular a ojos de la artista.
Los objetos eran los personajes principales de los escenarios de sus viajes, a menudo sustraídos en encuentros casuales por los que ella se deja sorprender. Dicha actitud guarda relación con las nociones que O’Keeffe aprendió del profesor Arthur Wesley Dow, una figura renovadora en la enseñanza artística de la norteamericana, quien había asistido anteriormente a las tradicionales Art Institute de Chicago y Art Student League de Nueva York.
De Dow adoptó nociones de la estética japonesa e interiorizó el concepto de Notan: lo claro/oscuro, la armonía compositiva a través de estos dos valores metafóricos del yin-yang.
Conectar
Cuando llegué a nuevo México supe que era mío. En cuanto lo vi, supe que era mi tierra. Nunca había visto nada así, pero supe que encajaba conmigo exactamente
Lo que Georgia O’Keeffe encontró en México fue una conexión espiritual en toda regla. La fascinación por sus pueblos originarios, los paisajes exóticos y los ritos de los nativos fueron, desde 1929, los motivos compositivos de sus obras expresados a través del paisaje, pero también de un proto-arte cinético y de la abstracción.
En Taos mantuvo viva la emoción por el paisaje durante años, entregándose largas noches en solitario en el desierto, y visitando la intrigante zona de “Black Place”, pero también estrechando lazos con otros artistas de renombre, como el muralista Diego Rivera o Frida Kahlo.
Sumergirse
Con estos estímulos, O’Keeffe va sumergiéndose en la forma, ya que, pese a la predominancia del color en sus cuadros, nunca fue completamente una artista abstracta.
Leyó De lo espiritual en el arte de Kandinsky, que le dio la idea de que “el principio que en todos los campos es lo único artístico y lo esencial es el principio de la necesidad interior”.
Y así la polifacética artista va conectando vivencias íntimas con colores y formas que habitaban en su mundo intrínseco:
Simpleza de elementos, reducción de las formas, redondeces y espirales, líneas y superficies… la mirada, a veces obsesiva y milimétrica de O’Keeffe sintetiza los recursos y elimina todo lo innecesario para dar con la esencia de cada elemento que la inspiraba.
Experimentar
Porque, finalmente, el viaje interior de O’Keeffe consistió en experimentar. En probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de algo. Gracias a su infinita curiosidad y espíritu inquieto, la artista hace de su arte una producción realmente variada y versátil, donde las técnicas, los soportes y los motivos van cambiando con el paso del tiempo.
La investigación en torno al color nunca cesará, sino que se desarrollará cada vez con mayor pulcritud, a veces repitiendo una imagen ad infinitum, otras, deconstruyéndola hasta sintetizarla en unas pocas líneas.
Otros aspectos
Aunque Georgia O’Keeffe vivió en Nueva York y experimentó durante los primeros años una pasión por captar los rascacielos en perspectiva subjetiva (desde el suelo), poco a poco las representaciones se irán volviendo cada vez más angustiosas, manifestando la necesidad de regresar siempre a la paz de las zonas rurales.
En dichas composiciones no existen las personas, que no captaron nunca su atención, sino que destacan las luces, los colores y los cielos. O’Keeffe era una amante de los grandes cielos límpidos y celestes, donde reside la magia de lo sideral, de lo trascendente y lo originario.
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