La Bruja gore de Hoon-Jung
Estos últimos años ciertos directores coreanos nos vienen acostumbrando a una calidad cinematográfica inédita, con títulos tan preminentes como La Doncella (2016) de Chan-wook, Burning (2018) de Chang-Dong o el ácido suspense Parásitos (2019) de Joon-ho.
A diferencia de esta última, razonablemente aclamada por la crítica internacional, otras producciones como La bruja Parte I: subversión (creación 2018, disponible en Netflix desde 2020) han pasado más de puntillas en occidente, no sin obtener algunos merecidos premios en los Grand Bell Awards o los Blue Dragon Film Awards, entre otros.
Las brujas hechizan el cine
La temática de brujería viene seduciendo tanto a los productores norteamericanos como al público global desde hace varias décadas: desde las versiones para todos los públicos de Hocus Pocus (1993) y Hechizo de amor (1998), pasando por la cinta independiente El proyecto de la bruja de Blair (1999) que sentó las bases del terror en formato ready-made, hasta la paradigmática saga de las aventuras mágicas de Harry Potter (2001-2011). Sin despreciar, por supuesto, el magnífico tratamiento del terror atmosférico en la Suspiria (1977) de Darío Argento, la (no tan desacertada) relectura moderna de Guadagnino (2018) de la misma o el remake de este año de Las Brujas inspirada en el cuento de Roal Dahl.
En el mismo año, Park Hoon-Jung presenta el largometraje de una joven muchacha coreana que, bajo la apariencia de una vida normal, empieza a revelar serios problemas de memoria de la infancia hasta que su vida se acaba convirtiendo en una masacre. Al igual que en la ópera prima del terror-folk de La Bruja de Robert Eggers (2015), donde la joven protagonista se ve abocada a abrazar la eterna oscuridad porque el exceso de puritanismo religioso la empujan a buscar su libertad y auto-afirmación femenina, parece que La Bruja de Hoon-Jung tampoco tiene escrito en su destino vivir en paz, al menos, sin un buen baño de sangre primero.
La ambivalencia femenina
Hoon-Jung plantea un personaje complejo, real en cuanto a emociones, que no es abiertamente bueno ni malo, sino que responde de una forma u otra en función de las circunstancias (y que sabe conservar una amistad). De hecho, Ja-yoon (para sus padres adoptivos) o, mejor dicho, Eleven (Kim Da-mi) no muestra su personalidad subversiva y potencialmente mortal hasta que no es perseguida, vejada y torturada por lo que es: una bruja contemporánea, de las que te estallan contra una pared o te parten el cuello para protegerse, llegado el caso.
La película está llena de giros sorpresivos y golpes de efecto, donde el ritmo inicialmente sosegado (e incluso aburrido para algunos, aunque no es el caso) se transmuta en una apoteosis de violentos combates que resuenan como un híbrido de Elfen Lied (2004) y Zankyou no terror (2014). La insurrección de una bruja siempre viene acompañada del opresivo trato de quienes persiguen su poder interno, aquí, una oscura corporación científica que gusta de experimentar con niños al más puro estilo Stranger Things (la revelación del siniestro Proyecto Mk-ultra da una vez más de sí).
Cabe destacar el notable cambio de registro de Ja-yoon a Eleven, la mejor revelación de una cinta que sabe combinar excelentemente la acción, el thriller y el drama (e incluso provoca alguna que otra carcajada).
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