«Invitadas» una exposición histórica del Museo del Prado
La exposición “Invitadas” que ha inaugurado el Museo del Prado recopila una serie de fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España de 1833 a 1931.
Como público, nos acerca a un relato al que estamos desacostumbrados: la realidad de la misoginia en el panorama artístico español. Junto al Museo del Prado, la historiografía ha dado una escasa importancia a la historia de las mujeres artistas, ocupando un espacio importante como «musas» y fuente de inspiración, pero no como artífices del discurso histórico.
En este artículo vamos a hacernos eco de tres epígrafes seleccionados del catálogo de Invitadas. Expondremos los que hemos encontrado más ilustrativos para explicar la inexplicable intrascendencia que venimos comentando. Estos epígrafes son: “Desnudas hasta un límite” “Náufragas” y “Cuestión de género”.
Desnudas
El texto de Carlos Reyero, catedrático de Historia del Arte y comisario de Invitadas, señala que el desnudo, como género artístico, forma parte de la Historia del Arte desde la Antigüedad.
Proviene de Grecia y siempre ha estado asociado al concepto de belleza ideal. Esta belleza ideal ha sido mayoritariamente representada por el cuerpo femenino, ocupando un lugar central en el canon estético. Ello se debe al carácter sociocultural de la desnudez femenina, que ha trascendido como un modelo atemporal de belleza bajo el juicio de la mirada masculina.
El cuerpo de una mujer desnuda es, a ojos de los artistas, una categoría estética sublime con un gran componente poético. Pero, más allá del falaz halago que este hecho puede suponer, no podemos obviar que los desnudos femeninos se han configurado bajo una mirada fuera de la feminidad.
Algunas de las temáticas más habituales donde aparecen los desnudos femeninos son los desnudos religiosos (Bernabé, Susana, Magdalena, Salomé) procedentes de pasajes del Antiguo Testamento; también los desnudos mitológicos (Afrodita, Artemisa, ninfas, sirenas) bajo diferentes premisas que justifican la sensualidad de las imágenes.
Sin embargo, es lícito decir que la imagen construida en el seno de la fantasía masculina, esa «elocuencia silenciosa del cuerpo femenino» (B. Vouilloux) solo contribuyen a la idealización del cuerpo femenino.
Ocurre igual con los motivos religiosos, que nos devuelven la imagen de una idealización de la castidad (Virgen María) y la sexualidad femenina (Salomé era tan solo una niña, aunque habitualmente se la ha representado como una bailarina seductora en plena juventud).
Sigamos transitando la exposición.
Náufragas
María Cruz de Carlos Varona, Doctora en Historia del Arte, nos acerca a una idea de “naufragio” asociada a las mujeres. El término hace referencia a la marginalidad en el mundo del arte y a través de los siglos. Una exclusión que la doctora ejemplifica a través de algunos textos, de los cuales nos centraremos en uno: Las españolas náufragas o Correspondencia de dos amigas.
Las españolas náufragas consiste en una novela epistolar a modo de doce cartas intercambiadas por dos amigas que crean una auténtica narración ideológica en ese intercambio de cartas que van compartiendo. Tras separarse en un naufragio, las amigas hablan de su penosa situación económica y su falta de capacidad para insertarse en la economía pública. Así mismo, relatan las múltiples situaciones que van viviendo, en las que acaban dependiendo de decisiones masculinas para subsistir.
Los cuadros de esta sección se inspiran en este relato biográfico, identificando a las “náufragas” del arte que no consiguieron ostentar una identidad histórica digna.
Cuestión de género
De nuevo, María Cruz de Carlos Varona nos lo recuerda, todo se debe a una cuestión de género: las mujeres de la época pre-contemporánea (siglo XIX) que aspiraban a ser artistas, se veían reducidas a pintar bodegones, floreros y miniaturas. Eran excluidas de las grandes temáticas.
A través de algunos de sus autorretratos, junto a las explicaciones de la doctora, la exposición temporal va trazando un boceto del panorama decimonónico de estas artistas:
Las mujeres no accedían a la misma educación ni formación académica, por ello se dedicaban más a los bodegones, un género menor. Paradójicamente, la historiografía del arte ensalza a numerosos artistas como Zurbarán, Sanchez Cotán o El labrador precisamente por su virtuosismo en este género, pero de ellas no sabemos gran cosa.
Es cierto que muchas autoras se centraron en los motivos estereotípicos, o que sencillamente copiaran otras obras, y sin embargo, en la copia podía haber un gran tratamiento de la imagen, como ocurre en casos como los de Van Oosterwijk o Rachel Ruysch. Y aunque la historiografía mire con desdén a estas artistas, lo cierto es que ciertas fuentes de la época no lo hacían: existían comentarios más que favorables para las artistas y sus aportaciones. Como la cita de Joachim von Sandrart de María Sibylla Merian en Teutsche Academie (1675).
En cuanto al autorretrato, este no refleja otra cosa que la ambición por parte de algunas mujeres de aparecer en la escena pública, de ser reconocidas como profesionales del sector. Ese fue el caso de Sofonisba Anguissola, una de las artistas más autorretratadas junto a Rembrandt o Durero, quien utilizó este recurso para publicitarse ante la corte de una soberana, al estilo de otras artistas como Van Hemessen o Susanna Horenbout.
Conclusiones
Este leve esbozo intenta reflejar algunas de las cuestiones que plantea Invitadas, y nos invita a pensar, valga la redundancia, en nuestro devenir histórico.
El Museo del Prado nos invita a una reflexión histórica y autocrítica que desvela (sin pudor, todo hay que decirlo) un número notable de mujeres artistas ocultan en los fondos del depósito. Por suerte para todos, sus historias ya no están silenciadas.
Lo que esperamos, haciendo una crítica constructiva, es que Invitadas no sea solo una exposición paréntesis, sino que se queden permanentemente en las salas de este museo y otros para no volver a coger polvo.
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