Arte y religión en la era de la Hipermodernidad
La idea de Hipermodernidad del filósofo y sociólogo francés Guilles Lipovetsky (1944) es muy útil para explicar el estado del arte y las religiones contemporáneas.
En el ensayo La era del vacío (1983), Lipovetsky analiza el paso de la Modernidad (XV-XVIII) a la Hipermodernidad (finales del XX- XXI) en las sociedades desarrolladas. En él explica cómo estamos ante un nuevo estado de la cultura donde imperan actitudes de indiferencia, apatía, desafección y vacío.
Para este autor, hemos dejado atrás el paradigma de la Posmodernidad (XIX-XX), caracterizado por el individualismo, el desinterés, el agotamiento y el relativismo. En su lugar, hemos pasado a una época que, aunque tiene su continuidad con la anterior, es mucho más acelerada, estresante y vertiginosa.
Nuestras sociedades presentes viven bajo una lógica de la seducción (las modas, el lujo, el entretenimiento, la meta-publicidad y la posverdad) en el marco del consumismo exacerbado.
Dice Lipovetsky sobre el mercado (aquí podemos incluir al mercado del arte) y el consumo del tiempo en la Hipermodernidad:
El mercado aumenta su dictadura a corto plazo (…) en la sociedad hipermoderna, el tiempo se vive de manera creciente como una preocupación fundamental (…) nos quejamos menos de tener poco dinero o poca libertad que de tener poco tiempo
El agotamiento de las vanguardias
Respecto al arte de la Hipermodernidad, la vanguardia —la manifestación artística del Posmodernismo— ya no tiene cabida. Ha envejecido.
Frente a la convicción (subversiva) que la caracterizaba, ahora abunda la repetición y la inflación. Lo que Lipovetsky llama una “caída tendencial del índice de creatividad de las vanguardias” donde “la impresión de dejà-vu gana sobre la novedad”. Ahora las vanguardias tienen dificultades para presentarse como tal, ya que “la moda de los ismos ya pasó, y las grandes y rimbombantes provocaciones ya no se llevan”.
Pero, aunque existe este agotamiento de la vanguardia, el arte, para él, no ha muerto, sino que se están creando obras desde la subjetividad de cada artista:
Las obras ya no buscan la invención de lenguajes de ruptura, sino que son más bien subjetivas, artesanales u obsesivas, y abandonan la búsqueda pura de lo nuevo (..) el arte ahora conoce su fase depresiva”.
La muerte del arte
En este sentido que venimos comentando de «agotamiento de la Posmodernidad», el filósofo turinés Gianni Vattimo (1936) entiende —desde una perspectiva ontológica— por muerte del arte:
La profecía y utopía de una sociedad en la que el arte ya no existe como fenómeno específico, en la que el arte está suprimido y hegelianamente superado en una estetización general de la existencia”
Además, Vattimo comenta sobre el proceso de estetización (banalización) actual de la vida y el arte (aunque él lo consideraba dentro del paradigma de la Posmodernidad):
La muerte del arte no sólo es la muerte que podemos esperar de la reintegración revolucionaria de la existencia, sino que es la que de hecho ya vivimos en la sociedad de la cultura de masas, en la que se puede hablar de estetización general de la vida en la medida en que los medios de difusión que distribuyen información, cultura, entretenimiento, aunque siempre con los criterios generales de “belleza” (atractivo formal de los productos), han adquirido en la vida de cada cual un peso infinitamente mayor que en cualquier otra época del pasado
El mercado de la religión
Siguiendo con Lipovetsky, otro de los procesos fundamentales de la Hipermodernidad para el sociólogo francés es el de la personalización. Dicho proceso consiste en que el individualismo contemporáneo no cesa de minar los fundamentos de lo divino:
Ahora se es creyente, pero a la carta, se mezclan los evangelios con el Corán, el zen o el budismo; la espiritualidad se ha situado en la edad kaleidoscópica del supermercado y del auto-servicio (…) la renovación espiritual no viene de una ausencia trágica de sentido, no es una resistencia al dominio tecnocrático, sino que es un resultado del individualismo posmoderno reproduciendo su lógica flotante».
De esta manera, Lipovetsky retrata cómo la atracción de lo religioso es, en realidad, fruto inseparable de la desubstancialización narcisista: “del individuo flexible que se busca a sí mismo, sin referencias ni certeza».
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