Equinox: un esoterismo que no conquista
El pasado 30 de diciembre de 2020 Netflix sorprendió de nuevo al mundo con una nueva propuesta: la miniserie Equinox, de la que se decía que iba a ser “la nueva Dark” e incluso “que iba a ser capaz de superarla”.
Pero lejos de ser así, este nefasto ejercicio de marketing tan solo ha contribuido a depositar en el espectador unas expectativas que no solo no se cumplen, sino que revelan una cierta mediocridad de una serie que quiere, sí, pero no puede.
Dos retratos femeninos
La producción danesa, creada y dirigida por Tea Lindeburg, permanece a un abismo de distancia del suspense alemán, careciendo de una trama lo suficientemente compleja para erigirse como un rival digno. Con todo, algunas críticas han señalado la inconsistencia del guion, apelando a “dejarse llevar” por un relato que no tiene mucho sentido cuando, en realidad, sí que lo tiene, solo que mal presentado.
Partamos de los dos personajes principales de la serie (SPOILERS):
Por un lado, Ida es una adolescente canónica y estereotípica, con un grupo de amigos con los que comparte aventuras y diversión. Como muchas mujeres de su edad, cuando mantiene su primera relación sexual con Jakob (August Carter) el momento pasa rápidamente de la excitación a la decepción.
Sin embargo, a diferencia de su encuentro con Jakob, durante el rito de celebración del equinoccio, Ida es capaz de liberar su instinto más primitivo con el hombre-liebre (dios de la Pascua) con quien tiene su primer (y catártico) orgasmo. Ida no solo experimenta y descubre el lado animal de su sexualidad, sino que se transfigura en una criatura ancestral que representa el origen arquetípicamente salvaje de todas las mujeres.
Por el otro, Astrid, su hermana pequeña, sufre desde niña una serie de horribles visiones que su padre identifica permanentemente con una enfermedad mental incipiente, pero que en realidad se trata de un don. Un regalo que, según su madre, “la hace especial” y que puede ejercitar con la práctica. En este sentido, a lo largo de la serie entendemos que Astrid no está loca ni necesita ayuda (a pesar de la insistencia de todos los personajes masculinos que la rodean de hacerla creer lo contrario), sino que lo que le ocurre es que su alma le pertenece al hombre-liebre. Astrid es capaz de establecer contacto con la dimensión donde reina el dios de la Pascua.
La no-madre y el dios
La madre de ambas, Lene (Hanne Hedelund), quien además de no encajar con el prototipo maternal de madre afectuosa, paciente y nutritiva, controla constantemente el devenir de Ida y fuerza a Astrid a utilizar su poder para encontrar a su hermana desaparecida, argumento con el que inicia la serie.
Además, Lene forma parte del culto del equinnocio que tiene lugar en la isla: a través de un breve fotograma vemos cómo es una de las espectadoras del ritual donde participa su hija Ida, estableciendo una teoría que se confirma al final de la serie, cuando revela el pacto que hizo con el hombre-liebre para poder tener hijos de una forma antinatural. Lene, por tanto, pese al afecto que pueda tener por Ida y Astrid, siempre ha estado persiguiendo sus propios intereses.
Finalmente, cabría destacar el personaje al dios de la Pascua, el hombre-liebre, a quien vemos a lo largo de toda la serie bajo su máscara mortal, convertido en el profesor Henrik (Alexandre Willaume) que da clases a Ida. Se trata de un personaje más hondo de lo que aparenta: en principio parece un dios oscuro y con pretensiones malévolas, pero en realidad lo que está es sujeto a sus propias leyes divinas.
Como todo dios, el hombre-liebre necesita ser adorado y reconocido, y cualquier pacto que se establezca con él, tiene que ser cumplido. Tanto al comienzo de la serie como al final de la misma, vemos como el hombre-liebre actúa ejerciendo (a su modo) su justicia divina: por un lado, quita (haciendo desaparecer un autobús lleno de estudiantes), pero, por el otro, da (devolviendo años después a esos estudiantes a su dimensión y haciendo que las dos hermanas se encuentren y fundan en un abrazo final).
“Sé tú misma”
En definitiva, lo que Lindeburg nos está intentando transmitir es un mensaje en clave feminista: “sé tú misma”, seas como seas, y “aprende a estar sola”. Es lo mismo que le dice Henrik a Astrid durante su conversación frente a la hoguera, momento en el que Astrid revela la falta de sentido de su vida pese a su incipiente maternidad.
Simbólicamente, el hombre-liebre se asimila a un prototipo de dios mistérico que, como el Dioniso griego, actúa como una especie de acompañante en la lucha de la mujer por dejar salir su verdadera naturaleza a flote (mientras ésta permanezca bajo su influjo y se convierta en su esposa). También se asemeja al Cernunnos celta, relacionado con la fertilidad, la regeneración y la abundancia de las cosechas.
Con todo, el esfuerzo por mantener un telón de fondo trascendental y sabiendo que la serie es fácilmente consumible, Equinox no termina de calar. Quizá tiene que ver con la excesiva dilatación del tiempo de algunas escenas, que muchas veces juega en su propia contra y termina aburriendo a ratos, o que el trabajo fotográfico no llena la pantalla, con algunas excepciones cargadas de neblina y sugerentes tonos crepusculares.
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