Piranesi: la mente en el laberinto
Giovanni Battista Piranesi (1720-1778) fue un artista veneciano polifacético conocido por sus intrincados grabados. Hoy hablaremos del Piranesi artista, pero también de la psique de Piranesi: la mente en el laberinto.
Formación familiar
Una forma muy efectiva de entender el arte es conocer la biografía del artista y su contexto histórico. Piranesi nació en Mogliano di Mestre, en el Veneto, perteneciente a la moderna República de Venecia. En esta región, concretamente en la provincia de Tresviso, fue donde su familia ejerció la primera gran influencia en su sólida formación. Fue hijo de un maestro y cantero de obras y sobrino del respetado arquitecto e ingeniero Matteo Lucchesi. Recibió una vasta educación en el dibujo arquitectónico, la construcción y la ingeniería hidráulica. Su hermano Ángelo, un monje cartujo le enseñó letras latinas y lectura de obras clásicas. Piranesi completó su formación con Giovanni Antonio Sacalfarotto y el grabador Carlo Zucchi, quien le mostró la técnica del aguafuerte. Piranesi se identificaba como un «architetto veneziano«, ante todo. Así lo hizo constar en sus firmas, pese a haber participado tan solo en los diseños de la reforma de un edificio del XVIII: la iglesia de Santa María del Priorato (1764-1767).Roma caput mundi
Con 20 años, Piranesi llegó a una Roma que era centro mundial de referencia para el arte. El destino fundamental del viaje iniciático de todo artista que se preciase. Esta peregrinación, conocida como Grand Tour fue el antecesor directo del turismo. Consistía en un viaje académico y aristocrático por la cultura clásica de Europa en los siglos XVII y XVIII fundamentalmente. Bien hallado en Roma, Piranesi convivió con el séquito del embajador de Venecia. Siendo un momento de gran riqueza intelectual para el artista, se dedicó los siguientes tres años de su vida a visitar, dibujar y maravillarse por las ruinas romanas, la verdadera vocación de su vida. Durante este provechoso período, publicó sus «Fantasías arquitectónicas» basándose en los modelos antiguos. Fantasías que, como su propio nombre indica, combinan el realismo arquitectónico con la profusa y escenográfica imaginación del autor.Roma caput cordis
De 1745 a 1747 regresó a Venecia (viaje previo a Nápoles para conocer las ruinas de Herculano) para trabajar en el taller de Tiépolo. Allí dio rienda suelta a su libertad creativa como grabador. De esta época destacan sus Capricci (Grotescos, Caprichos) que un siglo después veremos reflejados en la serie de Caprichos de Goya. Más adelante, se impregnó de las bellas imágenes de los Vedute de Canaletto, género pictórico característico del Settecento italiano (XVIII). En 1747 retornó a la ciudad eterna, su «Roma caput cordis» para instalar su taller y volcarse en las «Vedute di Roma». Estas últimas obras fueron la antesala de las «Alcune vedute di archi trionfali ed altri monumenti» que destilan un rigor científico y una sensibilidad estética sin par. En 1749-50 publicó las Grotteschi, obras extraordinarias por su exuberante imaginería, donde conviven las ruinas, la vegetación y los sarcófagos. A lo largo de la década de los cincuenta se dedicó a la excavación de las ruinas romanas. Levantó planos y alzados rigurosos que le fueron conduciendo hasta su obra más relevante. Esta, producida en el año 1756 es Le Antichità Romane, un auténtico tratado de arqueología romana. En ella quedó reflejada su destreza como radiógrafo de las ruinas. Aunque en los años sesenta retoma las Capricci, el resto de su vida se verá ocupada por el misterioso magnetismo de las ruinas romanas. Su primacía y originalidad lo llevarán a defenderlas frente a la arquitectura griega en su escrito Della magnificenza ed architettura de’romani (Roma 1761). Un hecho arriesgado que lo condujo a al menoscabo de su autoridad artística e intelectual.Estado de sublimis
El uso dramático del color negro en Piranesi suscitó al escritor romántico Victor Hugo el uso de la expresión «Il cervello nero di Piranesi«, es decir, «el cerebro negro de Piranesi» para describir metafóricamente de su psique. Puede que, en el inefable espacio donde mora lo sublime (como categoría estética), la elevación extraordinaria y grandiosa sea, en realidad, un abismo tan negro como la mente en el laberinto de Piranesi. Fue capaz de captar, en toda la plenitud mistérica, la sutil afección poética de la sublimidad de la ruina. Y lo hizo porque, durante su vida, habitó en un estado de sublimis (sub-limis, bajo el umbral o el límite). El escritor Francisco Cruz apunta, en la «Estética de los sublime«, que lo sublime reside como «una cualidad silenciosa». Está en la altura de las catedrales y en la vertiginosa caída de los acantilados, actuando como una infinidad que satura la mente de un horror delicioso y enigmático. Dicho horror, posesor de una grandeza liminal, se manifestó inconscientemente en la mente de Piranesi como un laberinto: el dédalo, un viejo arquetipo psíquico. El médico y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung ( (1875-1961) analiza en «Arquetipos e inconsciente colectivo» cómo un arquetipo es una idea arcaica, primitiva y universal que se expresa simbólicamente. El arquetipo es similar al mito y la leyenda, excepto en que su configuración es inconsciente. Los arquetipos residen en el inconsciente colectivo y transmiten imágenes únicas, de las que se alimentan posteriormente los mitos.La mente en el laberinto
Dédalo, arquitecto cretense, construyó un sofisticado laberinto para el rey Minos para encerrar allí al Minotauro, la bestia con cabeza de toro y cuerpo de hombre. El Minotauro, como arquetipo, representa lo desconocido, el territorio ignoto al que la razón no puede acceder (la cabeza del toro como ausencia del logos humano). Mientras tanto, el laberinto es la estructura en espiral que nos recuerda el ciclo del eterno retorno, del viaje en el que se embarca el héroe para hallar la verdadera naturaleza del cosmos y del individuo. Piranesi nos revela, de alguna forma, su particular viaje del héroe. Lo hace mientras recorre prisiones y laberintos imaginarios. Allí donde el tiempo y el espacio se abigarran y la mente arquitectónica lucha por imponerse. Pero Piranesi no rechaza lo onírico, sino que lo integra. De esta manera, Piranesi se deleita en la belleza del recorrido sin precipitarse hacia la salida, aunque el Minotauro aceche y el hilo esté a punto de romperse.Legado
Marguerite Yourcenar nos recuerda en su ensayo «El cerebro negro de Piranesi» que:Las líneas grabadas de Piranesi danzan y se enredan, estimulando la imaginación del espectador, al mismo tiempo que le llenan de asombro, una profunda tristeza y una sensación de misterioY es que, no es muy difícil rastrear su creativo legado: las Grotteschi sobreviven en los grabados de Goya. Las opresivas Carceri d’Invenzione de empinadas escaleras y pasadizos hacia la nada lo hacen en los decorados expresionistas del cine alemán. Como en el Gabinete del Doctor Caligari (1920) o en la película de culto Dentro del Laberinto (1986). Sin olvidar otras referencias modernas como «La casa imposible» de las xilografías del neerlandés M.C.Escher. O la afamada novela histórica «El nombre de la Rosa» de Umberto Eco. Pero, quizá, su herencia más desconocida resida en el diseño de videojuegos de fantasía oscura y survival terror que, si bien inundan las calles digitales del Gótico más tenebroso (calle Yharnam en el Bloodsborne), también construyen verdaderas Carceri d’Invenzione (Franquicia de Silent Hill). La poética de la ruina se alimenta de la constante presencia de la muerte (Saga del Dark Souls). Por tanto, si el arte fue alguna vez una fuente de inspiración para la industria del videojuego, Piranesi fue un gran artífice de este hecho.
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