Demonios: origen, tipos y nombres
Los demonios no solo pueblan las películas de terror modernas, sino que son figuras fundamentales para las religiones monoteístas. En el caso de hoy, nos centraremos en la visión católica de los demonios: cuál es su origen, cómo se crearon, qué tipos de demonios existen y por qué Dios los permite.
Para ello, nos basaremos en la obra “Summa Daemoniaca” del sacerdote y teólogo José Antonio Fortea Cucurull.
¿Qué es un demonio?
Por definición, un demonio es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. Los demonios no tienen cuerpo material, sino que su existencia es estrictamente espiritual.
Tal y como señala José Antonio Fortea, spiritus en latín significa soplo, hálito. Los demonios son espíritus que, al no poseer cuerpo, no se someten a los pecados de la carne (como la lujuria o la gula), aunque sí que pueden tentar a los seres humanos a cometerlos.
¿Fueron creados malos?
No. En su origen, los demonios fueron ángeles, es decir, espíritus. Al ser creados, se les ofreció una prueba previa antes de la visión de la esencia de la Divinidad. Y es que, antes de esta prueba, los demonios veían la presencia de Dios, pero no su esencia. Para entender este concepto hay que comprender la noción aproximativa del verbo “ver”, ya que la forma en la que los ángeles veían a Dios era como una aproximación intelectual: oían su voz, sentían su presencia santa, pero no conocían su rostro.
Ante la prueba que Dios les puso, algunos ángeles obedecieron y otros no, y solo los que le contravinieron de forma irreversible se convirtieron en demonios. Esta desobediencia no se produjo de golpe, sino que se sucedieron distintas fases en la psique de los ángeles dentro del tiempo de los espíritus, conocido como “el evo”. Aunque para los seres humanos este desacato pareciera haberse producido en un instante, para los ángeles fue un periodo progresivo y muy largo.
Fases de transformación de ángel a demonio
Al comienzo, los ángeles sintieron la duda de que la desobediencia de la Ley Divina quizá fuera lo mejor. En el momento en el que aceptaron voluntariamente esta posibilidad como una opción a considerar, estas criaturas de Dios ya pecaron. Fue lo que se conoce como un pecado venial que, con el tiempo, fue evolucionando hacia un pecado más grave.
En la primera fase, ningún ángel estaba dispuesto a alejarse irremediablemente de Dios; ni siquiera Lucifer. Fue algo que sucedió de forma pausada, cuando sus voluntades se fueron alejando y sus inteligencias fueron aceptando el mal y consolidándose en el error. Su determinación de desobediencia se fue tornando profunda e irreversible, buscando justificaciones racionales para disponer su existencia totalmente al margen de la Ley Divina, congelando su amor a Dios y sembrando la idea de un destino aparte de la Trinidad. Un destino completamente autónomo.
Este proceso de autoconvencimiento trajo también consigo la idea de que Dios no era Dios, sino un espíritu más. De que Dios podía ser su creador, pero tenía errores y sus leyes eran asfixiantes. Las normas de Dios, la obediencia a Él y a su voluntad se fueron tornando en algo opresivo, irrespirable, y empezó a ser visto como un tirano del que había que desprenderse.
¿Por qué Dios lo permitió?
Como vemos, la transformación en demonios fue algo progresivo. En el transcurrir del tiempo del evo, algunos odiaron más a Dios, otros menos. Unos se hicieron más soberbios, otros no tanto.
Cada ángel rebelde fue deformándose más y más en unos pecados específicos. Es decir, cada ángel tenía su propia naturaleza dada por Dios, pero cada uno de los ángeles caídos se deformó según sus propios caminos extraviados. Por eso la batalla terminó cuando cada demonio se encasilló en una postura irreversible: la envidia, la lujuria, la pereza, la ira, etc.
Pero, ¿cómo se permitió algo así?
En un momento dado, Dios decide no insistir más. Decide no enviar más gracias de arrepentimiento. Y no lo hace porque, cada vez que envía su gracia, los demonios se afianzan más en lo que ha escogido su voluntad. En este punto, dice José Antonio Fortea que Dios Amor da la espalda a una parte de su propia creación para dejar que sus hijos caídos sigan con sus vidas a parte de Él. Con esa soledad interior con la que se toparán por los siglos de los siglos, celando a los fieles que gozan de la visión de un Ser Infinito.
¿Habitan en el Infierno?
Los demonios no fueron enviados a un lugar cerrado, oscuro y lleno de llamas por mandato divino. Dios los dejó como están, abandonados a su libertad, a su voluntad, tal y como ellos quisieron.
Cabe resaltar que los demonios no ocupan un lugar físico. De hecho, no ocupan ningún lugar. Al no poseer cuerpos físicos, no existe un lugar donde amarrarlos o encadenarlos para que se sometan a torturas. De la misma forma que los ángeles no entraron en un espacio celeste específico, el infierno de los demonios es un estado espiritual. Es decir, cada espíritu demoníaco, allí donde esté, lleva en su interior su propio infierno personal, de la misma manera que, cada ángel, posee su propio cielo.
¿Cuáles son sus nombres?
Algunos de los nombres más conocidos de demonios son los siguientes:
- Satán: de todos los demonios que se rebelaron, Satán es el más inteligente y bello. Su nombre aparece en el Antiguo Testamento, y su raíz primitiva significa “adversario”, así como “atacar”, “acusar” o “enemigo”.
- Diablo: es el nombre que recibe Satán en el Nuevo Testamento. Proviene del verbo griego diaballo, que significa “acusar”. Aunque la gente utiliza la palabra “diablo” y “demonio” como sinónimos, la Biblia recurre al término Diablo en singular para referirse al demonio más poderoso.
- Belcebú: es usualmente usado como sinónimo del Diablo. Proviene de Baal-zebul, que s etraduce como “señor de las moscas”.
- Lilith: la tradición judía la considera un ser demoníaco. En la mitología mesopotámica es un genio con cabeza y cuerpo de mujer, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro.
- Asmodeo: del persa “aesma daeva”, significa “espíritu de cólera”.
- Seirim: suele traducirse como “peludos”. Deriva del hebrero sa’ir que significa “peludo” o “macho cabrío”.
- Demonio: del griego daimon (“genio”). En la mitología grecorromana no era una entidad maléfica, pero en el Nuevo Testamento siempre se usa para designar espíritus malignos.
- Belial: también llamado Beliar, de la raíz “baal” que significa “señor”.
- Apollyon: significa “destructor”. Su nombre en hebrero es Abaddón, que significa “perdición” o “destrucción”.
- Lucifer: nombre extrabíblico que significa “estrella de la mañana” o “portador de luz”. Este nombre, designado por Dios, hace alusión a su belleza. Mantuvo una posición privilegiada en el cielo antes de caer y deformarse. Los textos eclesiásticos usan el nombre de Lucifer como sinónimo de Diablo, aunque el padre Gabriele Amorth cree que se trata de entidades diferentes. Lucifer sería, concretamente, el demonio inmediatamente inferior a Satán.
Y tú, ¿conocías la naturaleza de los demonios? Déjalo en la caja de comentarios.
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