Introducción al gnosticismo (II)
Aunque el gnosticismo surge durante el Paleocristianismo y se desarrolla en el seno de la cultura helenística, su influencia ha perdurado hasta nuestros días bajo la forma de un nuevo gnosticismo, también llamado neognosticismo.
La importancia del Nag Hammadi
Pese a que ya desde el siglo XVIII y XIX los hallazgos de algunos códices antiguos en Francia y Gran Bretaña reactivaron el interés por el gnosticismo, fue el descubrimiento del Nag Hammadi en el Alto Egipto en1945, lo que supuso un punto de inflexión para recobrar el interés por el gnosticismo.
Dicho hallazgo supuso la relectura del conocimiento adscrito al cristianismo gnóstico primitivo, conformando una auténtica biblioteca repleta de códices, fragmentos de evangelios y pasajes apócrifos de la Biblia.
¿Qué es un texto o libro apócrifo?
“Apócrifo” es un término con el que se designa a un libro religioso que carece de inspiración divina para la Iglesia. La primera persona en utilizar este término fue San Jerónimo, traductor de la Biblia del griego y del hebreo al latín (conformando la famosa Vulgata) entre los siglos IV y V d.C. La Biblia es un libro que contiene asimismo muchos libros dentro de él, pero generalmente se divide en dos partes fundamentales: el Viejo Testamento y el Nuevo Testamento.
El Viejo Testamento, de tradición hebrea o masorética (es decir, basado en el Tanaj de los judíos), contiene Libros Protocanónicos (39 libros en lengua hebrea) y Libros Deuterocanónicos (7 libros en lengua griega). Estos últimos fueron los que San Jerónimo calificó precisamente como “apócrifos”, una palabra cuyo origen etimológico proviene al igual que los textos deuterocanónicos del griego, y significa “escondido” o “secreto”.
Maestros del gnosticismo del siglo XIX
Ya desde el siglo XIX los nuevos gnósticos han considerado a figuras como la citada Madame Blavatsky o Charles William King como “Maestros” de este renacimiento de la sabiduría gnóstica.
William King, por ejemplo, quiso demostrar en su libro “Los gnósticos y sus restos” (1864) cómo los orígenes de la filosofía gnóstica se hallaban en el budismo, una teoría aceptada y perpetuada por Blavatsky en su obra Isis sin velo, aunque rechazada por uno de los miembros más destacados de la Sociedad Teosófica: George Robert Stow Mead.
Stow Mead (1863-1933) fue un escritor y secretario personal de Madame Blavatsky, así como editor de la revista mensual Lucifer, renombrada en torno a la década de los 90 del siglo XIX como “La Revista Teosófica”. Stow Mead creía que, más que centrar la atención en oriente, había que recuperar la literatura y filosofía occidentales. Con sus publicaciones, R. S. Mead consiguió hacer accesible el conocimiento sobre el gnosticismo antiguo para un público inteligente pero ubicado fuera del entorno de la Academia.
Maestros del gnosticismo del siglo XX
El siglo XX continuó desarrollando la creación de nuevos grupos esotéricos y místicos que retomaron parcial o totalmente los postulados gnósticos antiguos.
Entre los autores más famosos, podemos destacar al ocultista Aleister Crowley (1875-1947), fundador de la Iglesia Gnóstica Universal. También a Samael Aun Weor (1917-1977), fundador del Movimiento Gnóstico Cristiano Universal, a Arnold Krumm-Heller, fundador de la Fraternidad Rosacruz Antigua y algunos masones y/o esoteristas como René Guenon y Ananda Coomaraswamy.
También cabe nombrar, por la vasta influencia gnóstica patente en sus numerosas publicaciones, al psicólogo suizo Carl Gustav Jung (quien interpretó el fenómeno religioso desde la perspectiva de los <<arquetipos>> o imágenes arcaicas universales) y al escritor y pintor alemán Herman Hesse (quien recurre en sus novelas a conceptos gnósticos, como el de Demiurgo).
Fragmento de Demian, de Herman Hesse:
Nosotros, los marcados, parecíamos con razón extraños, incluso locos y peligrosos.
Habíamos despertado, o estábamos despertando, y nuestro empeño estaba dirigido a
una mayor conciencia; mientras que el empeño y la búsqueda de los demás iba a
subordinar, cada vez con más fuerza, sus opiniones, ideales y deberes, su vida y su
felicidad, a los del rebaño. También entre aquellos había empeño, y fuerza y grandeza.
Pero mientras nosotros, los marcados, creíamos representar la voluntad de la naturaleza
hacia lo nuevo, individual y futuro, los demás vivían en una voluntad de permanencia.
Para ellos la humanidad -a la que querían con la misma fuerza que nosotros- era algo
acabado que había que conservar y proteger. Para nosotros, en cambio, la humanidad
era un futuro lejano hacia el que todos nos movíamos, cuya imagen nadie conocía,
cuyas leyes no estaban escritas en ninguna parte.
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